Sábado 16 de Febrero, día 1:
Después de una noche en la que casi no pude dormir, me desperté temprano diciendo ¡Hoy es el gran día!, ¡Nos vamos a New York City!. Maleta preparada, todo listo, revisión de última hora, cámara de fotos a punto, estábamos listos.
El avión salía a las 12:55 de Barajas, volábamos con Delta Airlines, sobre las 11:15 llegamos a Barajas para facturar. No pudimos hacer el check-in por Internet, porque solo lo tienen disponible para vuelos dentro de Estados Unidos, pero si teníamos nuestros asientos reservados con anterioridad, 34G y 34F, ventanilla y pasillo del lado derecho. En Barajas unas cuantas preguntas antes de facturar ¿Quién ha hecho la maleta?¿Ha estado todo el tiempo contigo? Etc. Nos dice que le pongamos el nombre, nos llena todo de pegatinas, incluido el pasaporte y ale, a facturar.
Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos embarcando sin problemas, pasaporte y tarjeta de embarque en mano, cogimos asiento y comenzaron los nervios, no había vuelta atrás, en unas horas, el sueño de mi vida se haría realidad.
Supongo que por ser el primer viaje y los nervios no me parecían imprescindibles, el trato de la tripulación (que fue perfecto), la pantalla de televisión en cada asiento (que no había), el menú (como el de todos los aviones que he probado, normalito), mi objetivo era otro, llegar a Nueva York.
En seguida, sales de España, y tan solo te queda el océano y las nubes, además te recomiendan que por solidaridad con los demás pasajeros, bajes la persiana para poder ver la tele correctamente. El viaje de ida se hizo corto (siete horas y algo creo), creo que en el monitor lo que indicaba que se veía por la ventanilla, cuando ya se empezó a ver tierra, era Halyfax o algo así, y al poquito JFK, tomamos tierra, y he de reconocer que no pude distinguir a lo lejos ningún edificio. La Terminal, fea, muy fea, llegamos al control de inmigración, y comenzó el lío, mi novia entró sin problemas, mire aquí, ponga el dedo índice aquí, ahora el otro, gracias, bienvenida a Nueva York, pero a mi, a mi no parecía que quisieran dejarme entrar, aunque el proceso fue el mismo. Era de lo que más miedo tenía cuando preparé el viaje, las preguntas las mismas, pero además ¿Ha estado alguna vez en Nueva York? A lo que respondí que no, pero claro, mi nombre y primer apellido (incluso segundo) son demasiado comunes a nivel mundial, y me dijo que había más de uno que se llamaba como yo. El policía cogió una carpeta amarilla, metió mis papeles, pasaporte, y me indico una puerta a la que debería ir, y en cinco minutos estaría todo resuelto.
Una vez en el cuarto, al que mi novia no pudo acceder, ya que un policía se lo indicó con el dedo, me tocaba esperar. Enseguida capté el mecanismo, tres colores de carpeta, rojo, amarillo y verde, dependiendo de la gravedad del caso, en ese momento pensé, ya tenemos lío, la mía es amarilla. Apareció una amiga en el cuarto (de diez que íbamos a dos nos tocó la china), pero su carpeta era verde, parecía cosa menor, y en efecto, le pregunte que porque, y me dijo que le había dicho que no parecía española, sino alemana o inglesa.
Después de un rato, el policía cogió mi carpeta, empezó a teclear muchísimo en el ordenador, me llamó y yo muy obediente allí que fui. Me preguntó que cuantos días iba a estar, que si de vacaciones o negocios, y que día me iba, a continuación, sello el pasaporte, la tarjetita verde, y por fin, pude respirar. Estuve unos diez minutos en estado de sock después, eso de verte en el avión de vuelta, con tu sueño roto, no es un plato de buen gusto, pero bueno ya estábamos dentro.
Salimos, y lo teníamos claro tres taxis y para el hotel. Los taxis son enormes, esos ford, esos monovolumenes, ¡mira que grandes!. Desde el taxi pocas vistas, cementerios, lincons, edificios, casitas, eso sí, muchos nervios, empezamos a ver Nueva York a lo lejos y de cerca, porque en seguida comprendí las camisetas de “Yo sobreviví a un taxi de NY”. Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en la puerta del hotel Pennsylvania. El precio cerrado, 45$, más propinas, más peajes, 60 dólares que le pagamos y listo.
Hicimos el check-in en el hotel, y me bloquearon en la tarjeta el importe total de la reserva del hotel y 500$ más por posibles roturas, yo aluciné, pero como lo llevaba previsto, ahí se quedó. Serían las siete de la tarde pero ya era noche cerrada (a las cinco y media solía anochecer) y decidimos salir a dar la vuelta prevista, subir al Empire State, ir a Rockefeller Plaza a ver la pista de patinaje, e ir a Times Square, cenar algo y al hotel.
El sentimiento al entrar al vestíbulo del Empire State Building es indescriptible, después de creo, tres ascensores, llegamos a la terraza. Era de noche, hacía muchísimo frío, un escalofrío recorrió mi cuerpo y no fue por la temperatura, era por la emoción, tantos años deseando estar allí, que vistas, que grande, que de luces, que frío, todo es extremo en Nueva York. Hice muchísimas fotos, era como querer inmortalizar lo que estaba sintiendo, pero lo que se ve no es que se siente. Y viendo ahora las fotos, aunque es un recuerdo, no tiene nada que ver.
Con la boca abierta de la impresión causada por el Empire, nos fuimos subiendo por la quinta avenida a San Patricio. Justo enfrente, oíamos música, que raro, vamos a ver, y allí estaba, como entrando en una película, la pista de hielo del Rockefeller Center, estaba llena de gente patinando.
Caminamos por la calle 51 viendo el Radio City Music Hall, hacia Times Square. Entramos en Times por el norte, pedazo de tienda de M&Ms, la webcam del Fridays en earthcam, Foot Locker, Virgin Megastore, Toys’r’us, MTV, todo enorme, superiluminado ¿Cuántos vatios juntos puede haber aquí?
Estábamos muy cansados, serían las diez de la noche y nos metimos en un McDonal’s a cenar algo rápido, nos fuimos al hotel reventados y a las once y cuarto, dormiditos que estábamos todos. ¿El jet lag?, otro día os lo cuento…..
Después de una noche en la que casi no pude dormir, me desperté temprano diciendo ¡Hoy es el gran día!, ¡Nos vamos a New York City!. Maleta preparada, todo listo, revisión de última hora, cámara de fotos a punto, estábamos listos.
El avión salía a las 12:55 de Barajas, volábamos con Delta Airlines, sobre las 11:15 llegamos a Barajas para facturar. No pudimos hacer el check-in por Internet, porque solo lo tienen disponible para vuelos dentro de Estados Unidos, pero si teníamos nuestros asientos reservados con anterioridad, 34G y 34F, ventanilla y pasillo del lado derecho. En Barajas unas cuantas preguntas antes de facturar ¿Quién ha hecho la maleta?¿Ha estado todo el tiempo contigo? Etc. Nos dice que le pongamos el nombre, nos llena todo de pegatinas, incluido el pasaporte y ale, a facturar.
Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos embarcando sin problemas, pasaporte y tarjeta de embarque en mano, cogimos asiento y comenzaron los nervios, no había vuelta atrás, en unas horas, el sueño de mi vida se haría realidad.
Supongo que por ser el primer viaje y los nervios no me parecían imprescindibles, el trato de la tripulación (que fue perfecto), la pantalla de televisión en cada asiento (que no había), el menú (como el de todos los aviones que he probado, normalito), mi objetivo era otro, llegar a Nueva York.
En seguida, sales de España, y tan solo te queda el océano y las nubes, además te recomiendan que por solidaridad con los demás pasajeros, bajes la persiana para poder ver la tele correctamente. El viaje de ida se hizo corto (siete horas y algo creo), creo que en el monitor lo que indicaba que se veía por la ventanilla, cuando ya se empezó a ver tierra, era Halyfax o algo así, y al poquito JFK, tomamos tierra, y he de reconocer que no pude distinguir a lo lejos ningún edificio. La Terminal, fea, muy fea, llegamos al control de inmigración, y comenzó el lío, mi novia entró sin problemas, mire aquí, ponga el dedo índice aquí, ahora el otro, gracias, bienvenida a Nueva York, pero a mi, a mi no parecía que quisieran dejarme entrar, aunque el proceso fue el mismo. Era de lo que más miedo tenía cuando preparé el viaje, las preguntas las mismas, pero además ¿Ha estado alguna vez en Nueva York? A lo que respondí que no, pero claro, mi nombre y primer apellido (incluso segundo) son demasiado comunes a nivel mundial, y me dijo que había más de uno que se llamaba como yo. El policía cogió una carpeta amarilla, metió mis papeles, pasaporte, y me indico una puerta a la que debería ir, y en cinco minutos estaría todo resuelto.
Una vez en el cuarto, al que mi novia no pudo acceder, ya que un policía se lo indicó con el dedo, me tocaba esperar. Enseguida capté el mecanismo, tres colores de carpeta, rojo, amarillo y verde, dependiendo de la gravedad del caso, en ese momento pensé, ya tenemos lío, la mía es amarilla. Apareció una amiga en el cuarto (de diez que íbamos a dos nos tocó la china), pero su carpeta era verde, parecía cosa menor, y en efecto, le pregunte que porque, y me dijo que le había dicho que no parecía española, sino alemana o inglesa.
Después de un rato, el policía cogió mi carpeta, empezó a teclear muchísimo en el ordenador, me llamó y yo muy obediente allí que fui. Me preguntó que cuantos días iba a estar, que si de vacaciones o negocios, y que día me iba, a continuación, sello el pasaporte, la tarjetita verde, y por fin, pude respirar. Estuve unos diez minutos en estado de sock después, eso de verte en el avión de vuelta, con tu sueño roto, no es un plato de buen gusto, pero bueno ya estábamos dentro.
Salimos, y lo teníamos claro tres taxis y para el hotel. Los taxis son enormes, esos ford, esos monovolumenes, ¡mira que grandes!. Desde el taxi pocas vistas, cementerios, lincons, edificios, casitas, eso sí, muchos nervios, empezamos a ver Nueva York a lo lejos y de cerca, porque en seguida comprendí las camisetas de “Yo sobreviví a un taxi de NY”. Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en la puerta del hotel Pennsylvania. El precio cerrado, 45$, más propinas, más peajes, 60 dólares que le pagamos y listo.
Hicimos el check-in en el hotel, y me bloquearon en la tarjeta el importe total de la reserva del hotel y 500$ más por posibles roturas, yo aluciné, pero como lo llevaba previsto, ahí se quedó. Serían las siete de la tarde pero ya era noche cerrada (a las cinco y media solía anochecer) y decidimos salir a dar la vuelta prevista, subir al Empire State, ir a Rockefeller Plaza a ver la pista de patinaje, e ir a Times Square, cenar algo y al hotel.
El sentimiento al entrar al vestíbulo del Empire State Building es indescriptible, después de creo, tres ascensores, llegamos a la terraza. Era de noche, hacía muchísimo frío, un escalofrío recorrió mi cuerpo y no fue por la temperatura, era por la emoción, tantos años deseando estar allí, que vistas, que grande, que de luces, que frío, todo es extremo en Nueva York. Hice muchísimas fotos, era como querer inmortalizar lo que estaba sintiendo, pero lo que se ve no es que se siente. Y viendo ahora las fotos, aunque es un recuerdo, no tiene nada que ver.
Con la boca abierta de la impresión causada por el Empire, nos fuimos subiendo por la quinta avenida a San Patricio. Justo enfrente, oíamos música, que raro, vamos a ver, y allí estaba, como entrando en una película, la pista de hielo del Rockefeller Center, estaba llena de gente patinando.
Caminamos por la calle 51 viendo el Radio City Music Hall, hacia Times Square. Entramos en Times por el norte, pedazo de tienda de M&Ms, la webcam del Fridays en earthcam, Foot Locker, Virgin Megastore, Toys’r’us, MTV, todo enorme, superiluminado ¿Cuántos vatios juntos puede haber aquí?
Estábamos muy cansados, serían las diez de la noche y nos metimos en un McDonal’s a cenar algo rápido, nos fuimos al hotel reventados y a las once y cuarto, dormiditos que estábamos todos. ¿El jet lag?, otro día os lo cuento…..
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